1. La casa del reloj sin manecillas
En un pueblo pequeño, había una casa abandonada con un enorme reloj en la fachada. Nadie sabía por qué, pero el reloj no tenía manecillas. Los niños decían que si entrabas a la casa a medianoche, podías escuchar el tic-tac del reloj… aunque no tuviera agujas.
Una noche de Halloween, tres amigos decidieron entrar. Con linternas en mano, cruzaron el jardín lleno de hojas secas y empujaron la puerta que crujía como si se quejara. Dentro, el reloj colgaba en la pared, inmenso, sin manecillas, pero… ¡tic-tac, tic-tac!
De repente, las puertas se cerraron solas. El reloj comenzó a girar sus engranajes invisibles. Una voz susurró: “El tiempo no se detiene… pero tú sí podrías.” Los niños corrieron, pero la casa parecía cambiar de forma, los pasillos se alargaban, las puertas desaparecían.
Finalmente, uno de ellos, Clara, gritó: “¡Devuélvenos el tiempo!” El reloj se detuvo. Las puertas se abrieron. Salieron corriendo y nunca más volvieron. Desde entonces, cada Halloween, el reloj suena… aunque nadie lo ve moverse.
2. El espantapájaros que no quería estar solo
En una granja lejana, había un espantapájaros con ojos de botones y una sonrisa cosida. El granjero decía que lo había hecho con sus propias manos, pero que desde que lo colocó, los cuervos no se acercaban… ni los animales, ni siquiera los niños.
Una noche, el hijo del granjero, Nico, lo vio moverse desde su ventana. Pensó que era el viento. Pero al día siguiente, el espantapájaros estaba más cerca de la casa. Cada noche, un poco más cerca.
Hasta que una noche, Nico lo encontró en la puerta de su habitación. En su mano de paja, sostenía un papel arrugado: “No quiero estar solo.” Nico gritó, pero cuando sus padres llegaron, el espantapájaros ya no estaba.
Desde entonces, cada vez que alguien duerme en esa habitación, sueña con campos oscuros y una figura de paja que susurra: “¿Quieres ser mi amigo?”
3. La linterna de los secretos
En la feria del pueblo, una anciana vendía objetos extraños. Entre ellos, una linterna oxidada. “Solo ilumina lo que no se ve”, dijo con una sonrisa torcida. Marcos, curioso, la compró.
Esa noche, apagó las luces de su habitación y encendió la linterna. En las paredes, aparecieron palabras escritas con tiza: “Estoy aquí”, “No me olvides”, “Mira debajo de la cama”.
Con el corazón latiendo fuerte, Marcos miró bajo la cama. Nada. Pero al volver a mirar la pared, una nueva frase apareció: “Estoy detrás de ti.”
Se giró de golpe. Nada. Pero la linterna se apagó sola. Cuando volvió a encenderla, las palabras habían desaparecido… y en el espejo, una figura oscura lo observaba.
Desde entonces, Marcos duerme con la luz encendida. Y la linterna… la enterró en el jardín. Pero a veces, aún escucha una voz que le susurra secretos que no quiere saber.
4. La niña del pozo
En el bosque detrás de la escuela, había un pozo antiguo, cubierto de musgo y olvidado por todos. Se decía que una niña había caído allí hacía muchos años y que, en las noches frías, se escuchaban sus lamentos.
Un grupo de estudiantes decidió ir a buscar el pozo en Halloween. Lo encontraron al anochecer. Uno de ellos, Laura, se asomó y gritó: “¿Hay alguien ahí?” Una voz suave respondió: “Tengo frío…”
Asustados, quisieron irse, pero Laura no podía moverse. Algo la llamaba. “Ayúdame a salir”, decía la voz. Los demás tiraron una cuerda, y algo la sujetó. Tiraron con fuerza… y sacaron un muñeco de trapo empapado, con ojos vacíos.
Desde entonces, Laura no volvió a ser la misma. Se sienta sola en el recreo, habla con alguien que nadie ve, y a veces, se le escapa una frase: “Ya no está sola… ahora somos dos.”